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Desde Perú, conferencia Arquitectura del sur de la región del Cusco


Arquitectura del sur de la región del Cusco fue la conferencia que impartió Carlos Cosme Mellares, quien resaltó la importancia del trabajo que realizaron los pobladores locales en el periodo colonial para la construcción de los templos, iglesias y casonas, que forman parte del patrimonio cultural, pero en el que no se reconoce la mano de obra de los pobladores.


En la Sala Isóptica Enrique Brito del plantel Centro Histórico, Cosme Mellares arquitecto por la Universidad Nacional de Ingeniería de Perú y doctor en Historia del Arte por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (UNMSM), señaló que la historia de los monumentos precoloniales es más justa, porque suele atribuirse la construcción de los edificios a las sociedades que los edificaron.


Por ello, Tikal es atribuido al pueblo maya; Tenochtitlán a los mexicas, y Machu Picchu a los incas, “pero la historia colonial suele ser mezquina y atribuye la primera catedral de Puebla a Francisco Becerra y la del Cusco a Miguel de Beramendi, pero se olvida a los modestos trabajadores que elevaron sobre sus espaldas las piedras que permitieron la existencia de esos edificios”, puntualizó.


Por lo anterior, dijo que se debe diferenciar la forma de hacer historia de la arquitectura en América de la que se hace en Europa, “donde la historia del arte se mide a partir de la evolución de los estilos: el gótico, el renacimiento, el barroco; en América esto no vale, porque la arquitectura se fue haciendo de a poco y se fue haciendo con reinterpretaciones locales de lo que los maestros españoles o europeos en general traían”.


En su exposición, Carlos Cosme Mellares habló de la arquitectura del periodo colonial de los pequeños pueblos del sur del Cusco, entre ellos el de Andahuaylillas, Huaro y Canincunca. Mencionó que los españoles llegaron a Perú en 1532 y se inició la política de reducciones como una manera de tener controlada a la población indígena y de esta manera se empezó con la evangelización.


Agregó que la política de reducciones cobró impulso con la llegada del virrey don Francisco Toledo, quien estuvo en el Cusco alrededor de 1570, donde ordenó la reducción de numerosos poblados andinos y la fundación de pueblos indios, principalmente en el recorrido hacia la meseta del Collao, donde se encuentra el lago Titicaca. En tan solo dos años, continuó, se fundaron los pueblos de San Jerónimo, Oropesa, Urcos, Caicai, Andahuaylillas, Huaro, Tinta, Checacupe, y Tungasuca, entre otros.


Para la evangelización, los españoles debían construir las capillas doctrinales y recibían dinero de la iglesia, pero fueron los propios trabajadores quienes pusieron la mano de obra para todos los procesos de edificación. Dichas capillas doctrinales tienen la estructura básica de los templos difundidos en el territorio durante el siglo XVI, precisó el arquitecto.


Estas capillas, continuó, son de planta rectangular con una sola nave alargada construida en adobe y en un menor número de casos en piedra, con muros continuos y macizos con pocas aberturas; “el espacio interior estaba dividido en tres sectores: el ingreso que se denominaba sotocoro por estar debajo del coro de menor altura por encontrarse justamente debajo del coro, luego venía la nave que era el espacio siguiente y estaba tal como el coro, techada con estructuras de madera, en la mayoría de los casos era de par y nudillo que es una secuencia de pares de vigas inclinadas unidas en ángulo obtuso y estabilizadas por una tercera a modo de tensor.


“En un nivel más alto que los espacios anteriores se ubicaba el presbiterio que era el espacio más importante del templo, por ser el lugar donde se celebraban las misas y diversas ceremonias religiosas. Este último también era techado por una estructura de madera pero más fina y vistosa y con una técnica de mayor acabado. Este modelo arquitectónico derivaba de la tradición gótico isabelina característica de la arquitectura ibérica del siglo XV, un remanente del gótico medieval”.


Los techos góticos eran de nervadura, pero estas formas de construir eran complejas para la población nativa a la que le resultaba difícil entender dichos conceptos y prácticas de construcción, por eso este tipo de techos es reducido en el territorio de los andes centrales y solo en la zona de la costa, al norte de la capital (Lima) es que hay construcciones que se hicieron con bóvedas de nervadura, explicó Cosme Mellares, quien añadió que las techumbres de las capillas del sur de Cusco asumieron otra tradición española que es el mudéjar, aunque éste proviniera del arte islámico.


Debido a que Cusco es la meca del turismo en el Perú, actualmente el Ministerio de Turismo impulsa y difunde La ruta del barroco andino, aunque este estilo se pude ver poco en las iglesias de la zona. Dicha ruta comunica los departamentos de Cusco y Puno en el sur del Perú, a lo largo de la cual se halla un conjunto de pueblos pequeños todos ellos cuentan con iglesias con el patrón arquitectónico antes descrito.

La iglesia de Andahuaylillas, cuya torre fue agregada en el siglo XVII, fue la primera en incorporarse a La ruta del barroco andino y fue restaurada por el financiamiento del boleto que paga el turista para conocer el templo, y a la inversión de la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AECID), para conmemorar el V Centenario de la llegada de Colón, pues por Ley, el Estado no pude invertir recursos en bienes que no sean propiedad de este, explicó el conferencista.


A través de imágenes, mostró la arquitectura de esta iglesia, en la que antes de entrar “siempre había lo que se denomina ‘cruces’, que eran lugares donde las personas hacían acto de contrición, era una especie de lugar de arrepentimiento. En esas zonas antes de ingresar al templo hay espacios que se denominan atrios, y servían para crear una antesala antes de entrar al templo, que de alguna manera separara el espacio profano que era la calle del espacio sagrado que era la iglesia y además servía como lugar de enterramiento”.

Señaló que el atrio cumplió una función importante, pues los indígenas se negaban a ingresar al templo porque no querían abandonar su religión ancestral para asimilar la que le estaban imponiendo y, por otro lado, desde que habían nacido se les inculcó que a los templos no se entraba. En el mundo andino las celebraciones religiosas se hacían en grandes espacios abiertos en el exterior de los templos, pues solamente las elites sacerdotales y gobernantes eran las que ingresaban a los templos, refirió.


Por ello, los sacerdotes españoles no tenían otro remedio más que agruparlos en el atrio y predicar ahí, e incluso la misa se hacía desde balcones, por ello es extraño encontrar balcones en la fachada de una iglesia. “Eso también obligaba a que toda la fachada se convirtiera en un retablo con imágenes y los elementos necesarios para que la misa se pudiera dar en el exterior”.


Esta iglesia fue construida a inicios del siglo XVII pero siguiendo los modelos difundidos del siglo XVI. El coro que era el lugar donde los religiosos oraban y hacían canticos religiosos, cuenta con pintura mural en su mayoría de pobladores de la misma zona y con dos órganos del siglo XVII. Los marcos de los cuadros y el retablo es lo único barroco en la iglesia, mencionó el académico.


La planta es gótico isabelina y en su interior hay dos murales: el camino al cielo y el camino al infierno. El techo es de madera muy rústica con troncos de madera con el sistema de par y nudillo. La nave donde se encuentran los fieles se separa con un arco del presbiterio, el cual está labrado con sistema constructivo árabe, con ornamentación de lacería islámica pintada y esmaltada, pero con mano de obra local.


El púlpito es de inicios del XVII y el retablo de finales de ese siglo. Las pinturas de lienzo tienen algún carácter barroco y otras del renacimiento tardío, explicó Cosme Mellares.


En cuanto a la iglesia de Huaro, dijo que está a 10 minutos de la anterior en coche, es del mismo esquema y es muy conocida por su conjunto de murales. La pintura del coro es de Tadeo Escalante (representante del arte mural cusqueño de finales del siglo XVIII y principios del XIX). Cuenta con “una hermosa anunciación; la coronación de María; el árbol de la vida; la muerte del pobre, se puede ver que está muriendo acompañado por oraciones y religiosos; en la parte inferior la muerte del rico, hay una mesa opulenta y aparece la muerte llevándose a los comensales que pecan de gula.


“Está la muerte cortando el árbol; Jesús tocando la campana del fin del mundo; el demonio jalando el árbol de la vida para que se venga abajo, y la virgen María rogando por la vida de sus hijos. En esta iglesia en cada uno de sus murales se puede pasar todo un tiempo analizando solamente su interpretación. Solo he escogido uno: el triunfo de la muerte, reinando sobre todo el universo”.


Describió que dicho mural cuenta con elementos interesantes, en el que se ve a un niño en la cuna y detrás de él está la muerte y apenas acaba de nacer, pero está siendo protegido por el ángel de la guarda. Además, “entre la cuna del nacimiento y el ataúd solo hay un trecho muy corto, para plantear lo efímero de la vida. El reloj de arena que tiene la muerte simboliza que el paso del tiempo no se puede frenar y va a llegar el tiempo de la muerte; sobre el pilar un angelito que sopla pompas de jabón que aparecen y se destruyen de inmediato y eso alude también a que la vida huma dura un periodo corto”.


En Canincunca, también hay una iglesia pequeñita, a orillas de una laguna, que cuenta con los mismos elementos: la entrada debajo del sotocoro, una nave pequeña y el presbiterio, con un retablo hermoso, pues no se tenía dinero para comprar telas de Damasco, entonces dichas telas fueron reproducidas con la pintura mural. “Todas estas construcciones que en su exterior son sencillas, en su interior tienen esta enorme riqueza proveída por los pobladores de la zona con una gran colección de pintura colonial”, destacó el arquitecto.


Finalmente, comentó que en total son 14 iglesias las que conforman La ruta del barroco andino, pero solamente se han recuperado los tres templos antes descritos y aunque las otras 11 siguen en pie, están a la espera del trabajo de restauración.


En su oportunidad, Ernesto Guijosa, secretario general del SUTUACM, quien organizó esta actividad, mencionó que en la UACM se comparten los mismos planteamientos sobre la construcción de la identidad y su reafirmación.


También dijo que desde hace dos años asiste a Perú a realizar actividades de trabajo comunitario, pues participa en el Grupo de Investigación Surcando Caminos, Tejiendo corazones, enfocado a trabajo comunitario de y para todas las formas de comunidad. “Tuvimos contacto con los profesores Alejandro Merino y Carlos Cosme, dos activistas de la ciudad de Lima que han demostrado trabajar de manera afín de cómo trabajamos en la UACM, por un lado recuperando la importancia del sujeto en la construcción de su realidad, por otro lado, teniendo este trabajo comunitario, el activismo LGBT que es muy importante en América Latina”, finalizó.

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